20 de julio de 2006

El Enterao (y VII)

... y luego está este gilipollas:

El Enterao (VI)

Os presento a Greg.


Greg toca los bongos. Greg abrió un negocio de helado de yogur a domicilio (?). Greg es amiguete de toda la vida de J.J. Abrams. Eso le llevó, al cabo de los años, a ser el ejemplo definitivo de recursividad, por recontraposmoderno y absurdamente vano. La recursividad, a la que debemos, amigo mío, todas las demás ideas. Especialmente las del arte.

Bien, ahí va.

Greg es el piloto perdido en el piloto de Perdidos.

Esto parece una chorrada, y lo es. Pero tiene un profundo significado. En Greg y en su cuerpo orondo está representada la síntesis de la obra en la que Greg está incluido, al igual que la obra lo representa a él. En otras palabras: Greg es la obra. Repito que es una chorrada, porque tiene que serlo. Es divertido, y ahí está la clave: es un juego.

The Game es una película guiada por una pregunta: "¿Cuál es el objetivo del juego?" La respuesta: el objetivo del juego es descubrir el objetivo del juego. El placer está en recorrer esa cinta de Möbius una y otra vez como si fuera una montaña rusa, y utilizar después lo que aprendimos en el viaje, lo que descubrimos acerca de nosotros mismos.

Es esto lo que llamamos Paja Mental. La paja física, la de toda la vida, es un ejercicio cuya finalidad es llegar a una conclusión climática llamada orgasmo. Y ése es el error: pensar que ese orgasmo es la finalidad de la paja. No lo es. Lo que el cuerpo necesita, lo que nos está pidiendo mediante la pulsión de pelarnos la banana arriba y abajo, es el torrente químico que ese orgasmo verterá en la sangre. ¿Y cuál es el objetivo de ese juego? La reproducción. Ante la falta de compañía, nos masturbamos para calmar la necesidad que tiene el cuerpo de reproducirse, de avanzar un nivel en esa espiral creadora, de traspasar el yo a otro cuerpo y criarlo para que sea idéntico a nosotros. En definitiva, la necesidad de perdurar.

El enterao es un experto en la paja mental, que es un ejercicio intelectual necesario, y la intención es legítima y enriquecedora. Cuidado: hablo del enterao real, no del impostor. Hablo del semiólogo, no del tertuliano de Garci; del periodista cinematográfico, no del forero pesao; del autor de literatura cinematográfica, no del crítico; del profesor de cine, no del cineasta frustrado; del estudioso del lenguaje audiovisual, no del cineasta experimental. Estos enteraos de pacotilla, subalternos de la cultura, son el objeto de los posts anteriores. El enterao real, como digo, tiene mi respeto: por lo menos pueden tener cierta solidez argumentativa, aunque estén equivocados desde el planteamiento.

Porque cometen el error del que hablo: pensar que el objetivo de ese ejercicio masturbatorio es el orgasmo, el clímax, la conclusión. No lo es. La meta no es llegar a una frase brillante, o a una explicación que cierre el misterio de tal o cual película, o a un significado oculto. La meta es doble, y más ambiciosa: por un lado el juego, el placer que provoca. Por otro, los químicos en la sangre, los productos de esa catarsis intelectual... lo que aprendemos por el camino.

Así, la película analizada es el catalizador. La reacción química que provocamos con la paja mental está encaminada a convertir la pulsión de reproducirnos a nosotros mismos –de reinterpretarnos, de descubrir qué somos, nuestro significado abstracto– en un conjunto de ideas y argumentaciones que no teníamos antes, y que nos enriquecen intelectualmente, al mismo tiempo que aplacan nuestras ganas de crear. Donde el instinto físico era creador, el intelectual es creativo. No sé si me explico.

Un nivel por encima, en esa misma espiral onanista de circunferencias concéntricas, está el creativo. Esta palabra se usa para el cerebrito publicitario, pero a mí me gusta usarla para nombrar a todos los autores (no en el sentido que le dan los enteraos; hablo de cualquiera que crea una obra cultural, sea Cabeza Borradora o Los Vigilantes de la Playa). Lo que hace el creativo es construir un espejo del mundo, más o menos deformante, pero que en todo caso, siempre, está hablando de él mismo a algún nivel. El ejemplo más típico es Woody Allen, cuyo protagonista siempre es Woody Allen. Pero todos los creativos son un ejemplo de ello. De esta manera, cada pieza que pare un creativo a lo largo de su carrera tiene, en mayor o menor medida, la calidad de acto fallido. Cada película es un sueño del creativo, en todos los sentidos, y el trabajo que éste hace es el de un médium tratando de comunicar a los miembros del equipo la imagen que tiene en la cabeza. No por casualidad, en Hollywood a eso lo llaman vision, y lo respetan profundamente; al menos eso es lo que dicen todos en el making of.


JAMES LIPTON:
Su padre era ingeniero informático y su madre era compositora. En “Encuentros en la Tercera Fase”, cuando la nave aterriza, ¿cómo se comunican?

STEVEN SPIELBERG: (sonriendo)
Qué buena pregunta. Ya la has respondido.

JAMES LIPTON:
Hacen música con ordenadores, y así pueden hablar los unos con los otros.

STEVEN SPIELBERG:
¿Ves? Me gustaría decir que era consciente de ello, que estaba representando a mis padres, pero no me había dado cuenta hasta este momento.

Y aquí es donde entra el psicoanalista, a quien necesitamos para que alguien de fuera de nuestro atormentado cerebelo nos informe de qué coño significa lo que acabamos de hacer, decir y soñar... en la película que hemos hecho. Confieso que no tengo claro quién de todos los mencionados tres párrafos más arriba debería hacer este trabajo. Diría que el público, pero es una boutade: el público no existe. Bienvenidos a la foto de la foto.

El caso es que en cuanto uno busca literatura sobre la interpretación de los sueños, empieza a encontrar tonterías. Gente que dice que “paraguas” significa “polla” y cosas así. En el cine, el que analiza con esa superficialidad y en piloto automático es lo que yo llamo enterao. El que no comprende el ejercicio de la paja mental, y piensa que el objetivo del mismo es el orgasmo, llenando los folios en blanco, páginas y páginas, con su maloliente semen. Perdón por la imagen, pero tengo que rematarla: su semilla está muerta. Millones de espermatozoos difuntos incapaces de crear.

Por eso escriben críticas, dan clases de cine, meditan en letra alta para que les oigamos. Ése es su placer, el suplemento químico que se meten al no ser capaces de generar el compuesto auténtico. Creo que fue Almodóvar el que dijo que la prueba del nueve para saber que un enterao es un creativo frustrado es mirar a los niños: ningún crío quiere ser crítico de mayor. Sobre todo porque el enterao, aunque no lo sepa, ha perdido de vista que el cine, como todo el arte, es un juego, y tiene que ser seductor y divertido. Se toman demasiado en serio el medio, a sí mismos y sus sesudas eyaculaciones.

Si el enterao tiene que recurrir a la masturbación es porque no se come un rosco, porque no puede catar el sexo de verdad, la Creación Artística. O no se le levanta (falta de ímpetu en la vida para lograr las propias metas), porque su esperma es inservible (falta de creatividad), o sencillamente porque es feo de cojones (¿habéis visto a Carlos Boyero?).

Ya sé que me he puesto insoportable, pero me va la vida en ello. Aquí el menda es un creativo en estado de lucha, viviendo una gestación de años y un parto doloroso que ya dura nueve meses. Ya veo la luz al final de la vagina, pero la espera es muy jodida. Este interminable revolverse a la espera de la ocasión de salir adelante, de empezar, me ha hecho sentir verdadero desprecio por quienes han perdido o directamente eludido la ocasión de encontrar el real deal, el polvazo sin condón, la paja mental definitiva que es la Obra de Arte, en favor de ese onanismo intelectual vacío y petulante plag(i)ado de modas, pensamientos únicos, citas de otros, espejismos simbólicos, corrientes artísticas y demás clínex usados.

Cuando publiqué la primera entrega de El Enterao, alguien me llamó meta-enterao.

Tenía toda la razón.
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Epílogo en El Enterao (y VII).

15 de julio de 2006

Déjà vu

Agosto de 1939.
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Unos soldados alemanes disfrazados con uniformes del ejército polaco –provistos, según algunos, por Oskar Schindler– se infiltran en la frontera polaca, y desde allí, montan una pantomima para justificar, el 1 de septiembre, la invasión alemana de Polonia.
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Ello provoca una guerra mundial.
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Ello sirve a Estados Unidos para reactivar, gracias a la industria armamentística, una economía dañada por la crisis que sufrían desde hacía una década.

Ello sirve a algunos supervivientes de la comunidad hebrea para desplazarse a la región de donde ésta es originaria y fundar Israel.

Ello sirve a Europa para deshacerse disimuladamente de su mayor peste: los judíos.


Julio de 2006.
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Unos soldados israelíes son secuestrados a poca distancia de la frontera libanesa –se especula sobre a qué lado de la misma–, y ello sirve a Israel para justificar una nueva invasión del Líbano, vinculando a Siria e Irán en la financiación y logística del grupo autor del secuestro.
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Ello provoca una guerra mundial.
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Ello sirve a Estados Unidos para ocupar Irán y Siria, después de Irak y Afganistán, ganando así acceso a importantes recursos energéticos y a emplazamientos estratégicos para contener la incipiente explosión económica de China en los años siguientes, reactivando de paso la economía propia, dañada tras 6 años de mala gestión.
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Ello sirve a Israel para deshacerse sin disimulo de su mayor peste: los árabes.
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Ello sirve a Europa para darse cuenta de que ni su Unión ni sus instituciones ni su economía ni sus políticos ni sus ejércitos sirven para un carajo.
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Pero esto es sólo una paja mental mía. No hay que tomarlo en serio.

9 de julio de 2006

Mentiras de Hollywood

Estás estupendo!

Mi contestador me borra los mensajes.

Ya tenemos la mitad de la financiación.

Yo estaba escribiendo un guión con Kubrick cuando se murió.

Has adelgazado?

Es un gran director de guionistas.

Le mandaremos el cheque a tus contables.

Nunca leo el informe de ventas.

Nunca leo las críticas de mis películas.

Esta noche me leo tu guión.

Me encantaría ir, pero este fin de semana estoy en Aspen.

Respeto mucho su integridad artística.

No es por el dinero.

Mañana me leo tu guión.

Van a venir Tom y Penélope.

Steven casi se ha comprometido a hacerla.

Este fin de semana me leo tu guión.

No conseguí colárselo a los de finanzas.

Yo escribí esa película, pero los del WGA me quitaron el crédito.

Voy por la mitad de tu guión, pero me está encantando.

Es sólo una sugerencia.

No cambies nada que no quieras cambiar.

A mí me gusta el final, pero a los de investigación de mercado no.

Creo en la redención.

Me encanta la ambigüedad.

Quiero que sea como
Network.

Piensa en los Óscars, no en la taquilla.

Ha funcionado de maravilla en el extranjero.

El estudio me la quitó e hizo un nuevo montaje.

Tu guión sólo necesita un par de retoques.

No es cuestión de ego, sino de hacer las cosas bien.

No creo en el control creativo.

Somos amigos, no?

Harvey está interesado.

Tuvimos diferencias creativas.

Ya sabes que te quiero.

Joe Eszterhas, Hollywood Animal.

5 de julio de 2006

The stupidest motherfucker in a leather jacket

He aquí el reverso tenebroso de Bob Saget, en un vídeo que me hace imaginar un musical de "El Coche Fantástico" en las Vegas, protagonizado por Tom Jones; David Hasselhoff, a pesar de ser más joven, está demasiado botulimizado para volver a ser Michael Knight, así que tendrá que hacer el papel de Devon con peluquín blanco; Pamela Anderson será Bonnie y Gary Coleman el negro de la moto.

1 de julio de 2006

Loca Academia de Lengua

Estaba yo disfrutando de las prácticas sexuales desviadas de “Queer as folk”, y me ha chocado el doblaje. Dado que soy aficionado pero no experto he tardado en situar las voces que escuchaba. Me estaba preguntando si era un doblaje de Madrid o de Barcelona, hasta que han dicho “gay”.

Pero no el [guéi] que se dice normalmente, sino la versión académica. Un [gái] que, no lo puedo evitar, me suena a cabrero. Claro, en Barcelona, con eso del bilingüismo, tienen dudas, y hacen lo que nadie hace en Madrid: mirar el diccionario. ¿"Gai" es? Pues "gai" se queda. Aunque suene a hostias y nadie lo diga en el mundo real.

Porque suena a hostias y nadie lo dice en el mundo real, y sin embargo está admitida por la Real Academia, igual que otros abortos de viejo como güisqui, cederrón o sándwich (sí, con acento). Productos todos de una actitud que, aplicada a la ingeniería genética, corregiría los genes de un negro para que sus hijos no desentonasen en una aldea de caucásicos. Como si la excepción fuese algo perjudicial, y el españolito no fuera capaz de diferenciar excepcionalmente la ortografía de la pronunciación. Algo que hacemos todos los días sin ningún aspaviento, y que, estandarizado, flexibilizaría el lenguaje y lo vacunaría contra esperpentos etimológicos como homofobia (aceptada ya) o "metrosexual" (caerá en nada, ya verás).

Entiendo lo del güisqui: no le vas a pedir a un carajillero de Monforte de Lemos que se invente un nombre para el aguardiente de los guiris, y mal pronunciado, mal queda. Pero coño, el cederrón es seguramente la palabra más fea del castellano. No sé tú, pero yo siempre oí “compacto” cuando estos cacharritos entraban en el idioma, y la verdad es que no sonaba mal. Y ahora, el “cedé” es demasiado socorrido como para estirarlo, que no hace ninguna falta. Sin embargo, los abueletes escogieron el feto más feto de todos, y hasta cambiaron una consonante por el camino, para crear un frankenstein que sólo usan en el grupo Correo (?).

Sándwich es la otra. Como si no hubiésemos comido bocatas toda la vida. O bocadillos, o incluso los emparedados del oso Yogui. Le ponen ese acento nefasto para castellanizarla, a pesar de que en nuestro idioma esa de no se pronuncia y la uve doble no se usa, y si se usa es con sonido de uve: si fuesen coherentes, sería algo como “sánuich”. Sin embargo, la Academia acepta footing, así, tal cual, que es un anglicismo fantasma y, encima, de segunda mano. Footing sí, football no. ¿Por qué? A quién le importa.

El trabajo de los académicos debería ser poner freno a las chorradas que se dicen en los medios de comunicación, para que no contaminen al resto de nosotros y vayamos por la vida cagándola en nuestro hablar. Al menos es lo que parece más sensato, ya que no se puede poner una multa por cada patada al diccionario. Sin embargo, la Academia se dedica, como hemos visto, a buscar la manera más absurda de incorporar anglicismos al español. Otra cosa que hacen es bajarse los pantalones y admitir en el diccionario expresiones que llevan 30 años diciendo que son incorrectas. Bandera blanca, nos rendimos. Aceptamos "barco" como animal acuático.

Así, se dan casos cachondísimos en los que una palabra oficialmente reconocida significa a un tiempo dos cosas contrarias. Por ejemplo, el verbo enervar. En latín, enervare viene de ex- (fuera) y nervus (fuerza, vitalidad). Por tanto, significa “quitarle a uno las fuerzas”, como erradicar es “quitar la (o de) raíz”, eviscerar “quitar las vísceras”, etc. Pero, en algún punto del siglo pasado, a alguien le sonó a nervios, y concluyó que enervar a alguien es "ponerlo nervioso", "sacar a uno de sus casillas". Y la Academia, en vez de corregirlo o al menos negarse a pasar por el aro, lo admite con resignación. Resultado: si digo que Vangelis me enerva nunca sabrás si me relaja mucho o todo lo contrario.

Otra cagada similar y divertida: lívido. Casi siempre que la oímos se refiere a la palidez de alguien, por susto o enfermedad. “Se quedó lívido”. Admitida está, y conviviendo con su significado “real”, o por lo menos el que lleva en la sangre. Del latín livitum, significa “morado”. Total, que estar lívido significa haberse puesto a la vez de dos colores distintos. Como si hubiese una palabra que significase tanto “rojo” como “amarillo”. Diríamos que la bandera española es rojiroja o que tiene dos colores: amarillo y amarillo.

La Academia es la carpintería del lenguaje. El problema es que para ser un carpintero eficaz no sólo hay que tener herramientas, sino fuerza para levantarlas. No veo yo que unos abueletes enterrados en diccionarios tengan el ímpetu necesario para inducir a los medios a que no suelten gilipolleces como las que oímos todos los días: “la práctica totalidad”, “una inmensa mayoría”, “ser presuntamente asesinado”, y otras mil. Han tardado veinte años en entender lo que es un “cedé” (entre comillas, por ilegal), o al menos así ha sido a efectos del idioma. Tardarán otros veinte en descubrir cualquiera de los veintemil vocablos que usamos tú y yo todos los días, hablando de ordenadores, de cine (hacer un travelín, juasjuasjuas), o de prácticas sexuales desviadas, temas los tres en los que el español está a por uvas.