20 de julio de 2008

!!!

Que cunda el pánico, ¡que cunda! Lo dice ELPAÍS.com: la crisis empuja a muchas mujeres a volver a un oficio copado por extranjeras. Váyase haciendo a la idea: su madre tendrá que hacer la calle para pagarle a usted el ADSL. La crisis ha llegado, y vamos a morir todos. Pero la Crisis, con mayúscula. ¿Recuerda la de 1993, cuando usted tuvo que matar a un hombre por 2.000 pesetas, cuando comíamos las lentejas a oscuras para no ver los chinches, cuando el tabaco llegaba de estraperlo por el puerto de Valencia? Pues ésta es peor. Lo dicen todos los medios, ¿o no se entera? El armageddon ha llegado, y a usted se le acabó eso de llevar zapatos con suela. Y si no quiere pasar hambre, aprenda a guisar gato. Con esta prensa, le va a saber a liebre.

10 de julio de 2008

La web de la SER es una puta mierda

He sufrido en mis carnes el fango operativo del maremágnum de empresas del Grupo PRISA, pero no crean que les guardo rencor. Les diré que soy oyente cérrimo de la SER desde chiquito, porque ya saben que esto de las radios es como el equipo de fútbol o la adscripción política: se hereda como el mueble del despacho. No obstante creo que hacen una radio cojonuda, la más conservadora (!) con mucha diferencia, pero la más potente al fin y al cabo.

Eso no quita para que no me dé vergüenza ajena cada vez que abro su web e intento echar una oreja a lo que han emitido el día anterior. Ahí es cuando la SER deja de ser, se desmonta como un cacharro de mercadillo. Eso es lo que es la web de la SER: un trasto, un apéndice atrofiado que a la empresa parece importarle un cojón... mío. Me pondré más borde: hay alguien en la web de la SER que no está haciendo su trabajo, y tiene a su cargo media docena de mantas zamoranas que no saben hacer la o con un canuto o están tan mal pagados que han decidido boicotear la web desde dentro. Por ejemplo, un audio del estupendo programa de Toni Garrido en Radio Nacional de España (denle al recuadrito de la izquierda):



y ahora compárenlo con esta puta mierda:


Explíquenme la calidad de ese sonido, porque yo no la entiendo. Háganme comprender por qué la SER es capaz de colgar esta chusta inmunda, a decenas de años de desarrollo técnico de RNE, de una radio que está a cargo de funcionarios.

La calidad de los audios de CADENASER.com es lamentable, lo han visto: es común que suban esta morralla inaudible. Las radios civilizadas suben los audios completos de sus programas, como es natural, mientras que en la web de la SER suelen comenzar en mitad de un anuncio o terminar en plena frase de uno de los invitados del segmento; los programas están siempre incompletos, y las partes disponibles –no hay explicación de por qué unas se suben y otras no– se exponen troceados en segmentos de índole incomprensible. He roto a escribir esto al intentar oír la edición de anoche de Hora 25: éste de aquí es el volumen al que la han colgado. Los ácaros de mi sofá hacen más ruido.

El podcast es parecido. Todos los audios empiezan con un tipo de voz muy poco radiofónica diciendo: a continuación escucharás una grabación del programa X, que te has descargado en el pózcast (sic) de cadenaser, puntocom (lo que es información útil, digo yo), a lo que sigue un anuncio específico para ese mp3, de cualquier producto, porque la SER no gana suficiente dinero, como todo el mundo sabe, y tienen que amortizar hasta el papel higiénico. Los cortes están tan fragmentados que intentar encontrar uno en la lista acaba siendo una tarea irritante; cuando ha habido fútbol es corriente tener que saltar por entre una docena de cortes de medio minuto del Carrusel Deportivo, en los que se cantan, uno por uno, los goles de la jornada anterior. En resumen: buscar algo en el podcast de la SER es como perseguir una mariposa por una pradera llena de boñigas.

Edito dos días después: esto debe de ser una broma. El Hora 25 de anoche (día 11) en la web consta de tres cortes; el primero empieza mucho antes del segmento correcto, que consiste en un paisano hablando del 11-M (sí, lo sé) durante 9 minutos, hasta que la emisión se corta dando paso a 12 minutos de silencio. Los audios de la primera y la segunda horas del programa duran apenas un minuto. Empiezo a pensar que el que se encarga de este programa en concreto es una clase de imbécil especial y completamente nueva.

Pero no es sólo un problema técnico, ni tampoco se puede achacar a los becarios; de becarios es ignorar una sigla porque casi no se pronucia y yo qué voy a saber, no comprobar la redacción y el cortapega de los textos antes de publicarlos, o las erratas de mecanografía, que aquí son tan pero tan comunes. En todo caso, hay alguien supervisando, se supone, un alguien, un... ¡Un periodista! El 5 de mayo tuvieron el cuajo de publicar esto, pinche para ampliar:


... que es lo peor, en términos periodísticos, que yo he visto en un medio de primera fila. Ni El Mundo publica basura con este desparpajo. Pasemos por alto la obsesión por las mierdecillas sobre el PP, que entendemos y hasta disfrutamos en ocasiones, en ese picoteo sistemático del adversario que yo llamo Rottenmeyerpolitik: alguien debería haber bloqueado la publicación de ese se-dice-se-comenta sin sentido ni contenido. Créanme si les digo que esa castaña no es demasiado extraña en la web de la SER; la calidad general le ronda, haciendo melé las cagadas técnicas con las periodísticas y las de diseño. Digan lo que quieran, pero mi opinión es que estas chusteces, en un medio de prestigio, deberían provocar algún despido, o lo que sería más apropiado, un traslado fulminante al departamento de deportes. No me darán esa satisfacción.

2 de julio de 2008

Cracks de la Comedia (5). George Carlin

El matrimonio de Mary Bearie y Patrick Carlin había sido tormentoso. En agosto de 1936 ya llevaban dos años separados cuando se encontraron, por casualidad, en las calles de Nueva York. En un par de horas tomando café descubrieron viejas emociones, y decidieron pasar un fin de semana juntos en el Curly’s Hotel, en la 116, y allí, entre los vapores del Harlem latino, concibieron a su hijo George. Once meses después, Mary escapaba de los golpes de su marido alcohólico por una escalera de incendios, en mitad de la noche, con el pequeño George en brazos y sin ningún lugar a donde ir.


Vivieron sin casa fija los siguientes dos años y medio, hasta que Mary consiguió la estabilidad de un trabajo como secretaria en una agencia de publicidad. El pequeño George fue a varios colegios católicos, donde le obligaron a formarse en el odio a Dios como el amigo invisible de una sociedad neurótica, y en el recelo de la religión organizada por ser fuente de odios y elaborada estafa colectiva. También asistió a la Corpus Christi School, el proyecto experimental de un párroco progresista, en la que George descubrió que la comedia era el mejor vehículo de su ingenio retórico, y lo que mejor le garantizaba la atención y la aprobación de un público formado, entonces, por alumnos y monjas, y por ende del resto de la gente. Ahí fue donde emprendió el viaje para descubrir –o decidir– quién era George Carlin.



No sufran, aquí está el texto.

Se alistó en el Ejército del Aire, periodo en el que trabajó en una radio local con Jack Burns, quien sería su amigo de por vida y pareja artística durante su primera época. Juntos se mudaron a Hollywood, donde encontraron trabajos en pequeñas emisoras de radio haciendo su particular dueto cómico, hasta que grabaron un disco que les puso definitivamente en el mapa. El 10 de octubre de 1960 hicieron su primera actuación en el Tonight Show de Jack Paar. Dos años más tarde, tras casarse con su primera mujer y ser detenidos los tres en Texas, confundidos con unos peligrosos atracadores, Carlin y Burns dieron por terminado su dúo cómico para buscarse la vida por separado.


El tercero no es Russell Crowe. Pulsa para ampliar.

El viaje no había terminado. George Carlin ya tenía cierta fama, y el trabajo nunca le faltó a partir de ese momento. Sus apariciones en el Tonight Show se harían muy regulares bajo el reinado de Johnny Carson, aunque poco a poco Carlin se fue acercando a lo resultaría ser su esencia, tanto cómica como humana, que pasaba por el movimiento hippie (al que se apuntó antes de que existiera) y por un cambio de aires. El cómico de la época era como un crooner, y el status marcaba una apariencia elegante y un estilo relativamente rígido. Carlin se descubrió a sí mismo el día que decidió dejarse melena y barba agitada, y empezó a actuar en camiseta. En 1969 lo echaron de una actuación por usar la palabra ass. Había llegado el verdadero George Carlin. Habían llegado los años 70.

(en 1971, sobre la decisión de Mohammed Ali de negarse a ir a la Guerra de Vietnam)
Me alegro de que le permitan volver a trabajar. Como saben, (el Gobierno) no le ha dejado trabajar en tres años. La verdad es que tiene un trabajo raro: consiste en dar de hostias a la gente... pero bueno, es lo suyo, así que puede dedicarse a eso. El Gobierno quería que cambiase de trabajo. El Gobierno quería que matase a gente. Él lo pensó y dijo: “hum... no, ahí es donde pongo el límite. Yo les doy de hostias, pero no quiero matarlos”. Y el Gobierno le contestó: “muy bien, pues si no quieres matarlos tampoco puedes darles de hostias”.

George Carlin es el hijo que habrían tenido los hermanos Marx si hubieran combinado su simiente en el útero de Bob Hope (?), y éste hubiera dado a luz sobre un lecho de hojas de marihuana. Su obra es herencia de gente como Danny Kaye o Spike Jones, aunque pasada por los filtros del burlesque y el rollo hippie para despojarlos de su ingenuidad, del punto infantil y payasete que tenían y que resultó ser incongruente con el tiempo y ánimo de Carlin; añadan un toque tardío de Richard Pryor y por supuesto de Lenny Bruce, a quienes rindió pleitesía siempre. De hecho, fue detenido por indecency, o escándalo público, o lo que carajo fuera, cuando la policía irrumpió en una actuación de Bruce y Carlin se negó a identificarse ante la autoridad. Pasaron la noche juntos en comisaría, imagínense el cuadro.

Me encanta este país, me encantan las libertades que tuvimos.

Cuando uno nace en este mundo le regalan una entrada para el freak show. Cuando uno nace en Estados Unidos, le regalan asientos de primera fila.

Esa autoridad represiva y estúpida, de moral paralítica e hipocresía galopante, fue siempre la bestia negra de George Carlin. La encontraba encarnada en la fe y la religión, el Gobierno, la Guerra y la Moral como institución, pero también en los tejemanejes del dinero, en los usos y costumbres de una sociedad embrutecida por el consumo, y en las pequeñas gilipolleces que todos hacemos al cabo del día. Uno de los pilares de su act es la esfera privada del individuo y su traslación a la zona de luz del escrutinio público, que él mismo imitaba en su discurso con un ojo clínico impresionante, interpretado por su magistral uso de la mayor herramienta de manipulación de la que dispone el ser humano, el lenguaje, cuya modulación cuidadosa es la llave que ensambla lo que creemos con lo que queremos creer, nuestra vida real con la que queremos que vean los demás. Para Carlin, el lenguaje es la puerta que une y separa en el inconsciente colectivo los compartimentos del ego y el superego.

Shit, piss, fuck, cunt, cocksucker, motherfucker, tits...

... son las siete palabras que no se pueden decir por televisión, según el bit más famoso que jamás salió de la boca de George Carlin, que es el que más han citado los mismos periodistas y media people que se pliegan a los designios de la FCC, la agencia que regula la libertad de expresión en América –ahí tienen un bonito oxímoron–. De hecho, el bit de Carlin, incluido en Class Clown (1972), hablaba de esa estupidez tan americana de prohibir en la vida pública las cosas que decimos y hacemos en la privada, citando esas siete palabras que, en efecto y salvo algunos usos permitidos, siguen vetadas en las ondas nacionales americanas. Y en parte lo están, esto es lo mejor, porque él las dijo. La noche que el bit en cuestión se emitió por la radio, un subnormal que lo iba oyendo en el coche con su hijo pequeño se quejó a la agencia, y ello desencadenó un proceso judicial que llegó hasta el Supremo, y que dictaminó, por cinco votos contra cuatro, que la FCC tenía la autoridad para regular lo que se dice en las ondas, para dibujar la línea entre lo indecente y lo obsceno, en su propia terminología de mierda. Lo que llaman bad language; George Carlin siempre dijo que, por definición, no podía existir un lenguaje que fuese malo.

Mi abuelo me decía: “hijo, me subo arriba a follarme a tu abuela”. Era un hombre sincero, y no quería mentirle a un niño de cuatro años.

Ironías de la vida, y de la religión, su madre se negó a escuchar sus monólogos porque tenían palabrotas, hasta que un día se encontró por la calle con un par de las monjitas de la Corpus Christi School a la que su hijo había asistido de pequeño. ¡Ellas fueron las que se lo recomendaron! Me lo imagino en plan “oh, Mary, ¡tienes que escucharlo! ¡El pequeño George usa palabrotas precisamente para llamar la atención sobre la hipocresía que entrañan la censura y la manipulación del lenguaje!”. Carlin contaba que eso fue lo único que pudo hacer que su madre asistiese a su obra: la aprobación de la Santa Madre Iglesia.

¿Sabéis qué es lo mejor de la necrofilia? ¡Que no hace falta llevar flores! La verdad es que ya suelen estar allí.

La energía que tenía Carlin en el escenario es algo que no se ha superado. Kinison estuvo cerca, Eddie Murphy también. Pero el primero había aprendido el estilo cristiano-anfetamínico cuando era telepredicador, y el segundo tenía veintipocos años. George Carlin mantuvo esa explosión constante de creatividad, casi a show por año y sin un descanso, con la misma fuerza del primer día, hasta el día que ha muerto con 71 tacos. Se volvió a reinventar en los años 90, cuando el resto de los stand-ups huían del escenario para hacer mierda en la tele, y siguió explorando el shock value y forzando esa dialéctica del contrato social, la ambivalencia de las ideas y las tormentas del lenguaje. Empezaba un espectáculo diciendo ¿saben una cosa de la que ya no se habla en público? ¡Los pedos vaginales! y lo terminaba con una alegoría majestuosa sobre el final del cosmos que te ponía los pelos de punta. Cojan un fragmento suyo, como por ejemplo en el que dice para mí, el terrorismo es excitante, creo que la idea de poner una bomba en un mercado y matar a varios cientos de personas es estimulante, lo veo como una forma de entretenimiento; ahora sepan que en el segundo en que terminó de decir eso el público rompió en una ovación entusiasta... ¡en la América post-11S! Ése era el viaje en el que George Carlin podía llevarte, así de bueno era.

Este país fue fundado por unos tipos que tenían esclavos y que nos enseñaron que todos los hombres nacen iguales.

Sabía explorar la psique colectiva haciendo piruetas inmaculadas, saltando con genio entre los dos extremos de ese vasto continuo, parando por el camino cuantas veces le diera la gana. Así, Carlin podía partirte el pecho con un chiste de pedos (más bien una ristra de ellos), para luego saltar a las interioridades del marketing, que también se mueve en la línea entre lo que usted hace y lo que dice hacer, entre lo que necesita y lo que compra, y podía terminar contando la anécdota de su perro Moe, que sólo tenía un huevo y se cepillaba con regularidad a su gato Vern, a quien no le importaba, para de ahí brincar de algún modo mágico a una encendida diatriba acerca de la guerra como principal activo de su país. Miren lo que decía en 1992:

Quiero hablar un rato sobre la Guerra del Golfo Pérsico, hay mucha movida en esa zona. ¿Sabéis qué es lo que más me gusta de esa guerra? Es la primera que se retransmite en todos los canales, y también por cable. Y resulta que tiene buena audiencia, ¿verdad? ¡Pues claro! ¡Nos gusta la guerra! Nos gusta la guerra porque se nos da bien. ¿Y sabéis por qué? Porque tenemos mucha práctica. Este país no tiene más que 200 años y ya nos hemos metido en 20 guerras importantes. Nuestra media es de una guerra importante cada 20 años (sic), así que somos buenos. Y está bien que lo seamos, porque ya no se nos da bien nada más. No sabemos hacer un coche decente, ni una tele o un vídeo que valgan para un carajo; no nos queda siderurgia, no sabemos educar a nuestros jóvenes ni atender la salud de nuestros mayores, ¡pero sabemos bombardear países la hostia de bien! Sobre todo si tu país está lleno de gente marrón. ¡Nos encanta, es nuestro hobbie! ¡Es nuestra tarea en el mundo, bombardear a gente marrón! Irak, Panamá, Granada, Libia... ¡si tienes gente marrón en tu país diles que se estén al loro! ¡Les vamos a meter un pepino! ¿Cuáles son los últimos blancos a los que bombardeamos? ¿Os acordáis de los últimos? Es más, ¿os acordáis de algún blanco que hayamos bombardeado? ¡Los alemanes! Esos son los únicos, y eso es porque estaban intentando quitarnos el puesto. Querían dominar el mundo... ¡una polla! ¡Eso lo hacemos nosotros!

Quizá les parece un poco tópico, pero si este tipo de discurso suena a cliché ahora, es porque él lo dijo primero, y detrás lo repitieron otros, dando forma a la conciencia colectiva. De todos los Cracks de la Comedia, George Carlin es el rey. Es, en mi opinión y sin ninguna duda, el mejor stand-up que ha habido. Sin él no habrían existido como los conocemos ninguno de los amos del late-night americano actual, incluidos –y especialmente– Jon Stewart y Stephen Colbert, ni ninguno de los cómicos formados en los setenta y ochenta y aparecidos en los noventa, como Jerry Seinfeld y Larry David, Bill Maher, Garry Shandling, Ben Stiller, Dave Chapelle o Adam Sandler, ni los genios del stand-up como Sam Kinison o Bill Hicks, ni tampoco muchos de los mejores cineastas de comedia que tienen éxito estos días, como Trey Parker y Matt Stone, Robert Smigel, Adam McKey, Kevin Smith, Tina Fey o Judd Apatow. Si les gusta Saturday Night Live, piensen que él fue su primer invitado. Es justo decir, créanme, que sin George Carlin jamás habría existido, por ejemplo, Noche Hache ni, por supuestísimo, El Club de la Comedia. ¡Piensen en el plantel de figuras de la televisión española actual si no hubiese existido! Cojan esos nombres de arriba, y los que no menciono, entre los que iremos encontrando muchos más capítulos de esta serie, y piensen en tooodos los productos en tooodos los países que se han inspirado de alguna manera en ellos. Eso les dará una idea de lo que sería un mundo sin George Carlin.



En el capítulo anterior, Sam Kinison.