18 de octubre de 2004

Manos limpias

Me hablan de un chavalín de 6 años al que aquí llamaré Calvin, que ha desarrollado una habilidad fascinante: es capaz de mear sin tocarse el pito. Por lo visto lo hace siempre; nunca pone una mano sobre su pepinillo. Este artista de la micción se la sujeta con la goma del pantalón y suelta el chorrillo con precisión mayor que los que lo hacemos con la mano. No mancha. No se gotea. No se toca. No le veréis lavarse las manos después. No tiene por qué.

Calvin viene a plantear una solución al problema del desperdicio de agua en el mundo. Son muchos los hectolitros que se malgastan en bares y restaurantes, lavando manos que acaban de sujetar un nabo miccionador. Y es éste un gasto inútil, es el precio que el medio ambiente paga por la mentira de una sociedad estúpida. Hay que ser muy cerdo o muy torpe para tener que lavarse las manos después de mear. Personalmente, cuido mi higiene lo suficiente como para que mi herramienta no sea un invernadero de gérmenes que me obliguen a desinfectar todo lo que toca; esto es, no me ensucio las manos al sacarme la chorra del pantalón. Por otro lado, tampoco soy tan torpe -al menos no en esto- como para perder el control sobre mi propio falo y orinarme en las manos o manchármelas de otra manera al hacer aguas menores.

Lo diré de otra manera: ¿quién de todos vosotros, panda de zangolotinos, se lava las manos después de mear... en casa? No hace falta que lo penséis: ninguno. En casa no hay que fingir. En casa no salimos del evacuatorio ante la mirada de un compañero de trabajo, de un amigo o un extraño que nos pueda tildar de guarretes por no hacer algo que él no hace. En casa podemos ahorrar agua.

Otra cosa que Calvin ilumina con su habilidad es la psique oscura de los curas. Estoy seguro de que el Vaticano pagaría por la patente de semejante invento: una táctica que exonera al sacerdotado de la impiedad de tocarse el cirio, que es algo feo, amén de poco cristiano. Ya se sabe: "aparta este cáliz de mí", ya sea para beber o para lavarme las manos.

Al final es todo lo mismo: la necesidad de engañarse a uno mismo pensando que engaña a los demás, la ilusión de tener las manos limpias.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Espero que las circunstancias de la vida no me obliguen a tener que darte la mano algún día.