23 de diciembre de 2004

Vagabundos

Mi imagen del Infierno es pasar la eternidad buscando un regalo que no existe. Cómo me jode no encontrar lo que busco. Pero lo que más me jode es que no sé lo que busco. Y en ese plan voy dando vueltas, más imbécil a cada metro, comprendiendo que en las tiendas me traten como tal y compadeciéndome de los primos que lo hacen.

En Sol, un vagabundo toca la flauta con parsimonia. Al lado, sus perros tapados con mantas. No sabría decir si están vivos. El hombre ha hecho una pila de cartones y maletas viejas, donde seguro que lleva todos los regalos que va a repartir a la familia entre langostino y langostino. Ya ha hecho sus compras. Por eso está tan tranquilo.

Sigo dando vueltas, y todos conmigo. Esa sensación de que el villancico es como una alarma de incendios: empieza a sonar y la multitud corre en todas direcciones. Un ejército de viejas con abrigos de zorra o visón toma las calles. Ellas son la elite consumidora de toda esa masa de gentes que va de un lado a otro como yo, sin saber qué anda persiguiendo. Todos buscan con furia, pero esas señoronas son los Uruk-Hai de la horda.

Entre el tumulto de Gran Vía, otro vagabundo. Tiene un cartón en el pecho, “para un Ferrari” y la gorra extendida. Me pregunto qué hace que no está comprando chorradas como todos los demás. Claro, ahorra para el coche. Y quién no.

No doy una. Tienda tras tienda, el regalo que busco me evita, se esconde al fondo de la estantería el cabrón. Se me acaba el chollo: me cierran las tiendas y no tengo ni la mitad de las cosas que sé que busco, que son la mitad de las que busco en realidad. Parece que todo el mundo tiene tanta prisa como yo; los Uruk-Hai tienen sed de sangre. Ahora entiendo el villancico: arre borriquito, arre burro arre, corre más deprisa que llegamos tarde.

A tomar por el culo. Doy otra vuelta y me vuelvo a casa, asqueado. Lo peor es que seguro que me he cruzado con un pringao que iba masticando la bilis como yo. Me habrá visto y habrá pensado: “cuánto gilipollas loco por comprar”. Ése tampoco sabe a dónde va y acabará comprando unos calzoncillos de Supermán o cualquier otra parida con tal de quitarse el marrón de encima. Yo ni eso.

Mañana todos a la calle otra vez. Todos encantados. Todos vagabundos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Venía para casa y me he encontrado en una tienda un maniquí expuesto con un bulto en el pecho. Tela.

Anónimo dijo...

A mí lo de los regalos no me parece tan trágico, pero sí que es verdad que hay ciertas fechas en las que tirarse debajo de un autobús parece siempre mejor alternativa que salir de compras. Vagabundear por las calles es mucho mejor cuando no tienes la presión del propósito que te ha sacado de casa. La próxima vez, quítale la flauta al tipo de Gran Vía, o uno de los perros. Te saldrá barato y tendrá un toque de exotismo.