Wojtyla, eres el siguiente
Atención, tópico: siempre se van los mejores.
Hace un par de días, Jiménez del Oso se ha pasado al otro lado de la cinta, dejándonos a todos esperando ansiosos sus crónicas desde el otro barrio. Un día antes, Paul Hester, batería de Crowded House, se había colgado de un árbol. Y hoy se ha ido Joaquín Luqui, el Doc Brown de las ondas.
Una pena los tres. El parapsicólogo me tría bastante al pairo, pero hay que reconocer que fue una de las presencias memorables de la tele de mi infancia; también Paul Hester tenía su cosa. Recuerdo pocos discos que me hayan marcado tanto como su Woodface, tanto por la maravilla que es como por el disgusto de la tía a la que se lo presté. Me lo levantó por la cara, la muy zorra; Luqui es otra cosa. Como todo quisque lo escuché en mis años de radiofórmula, poco, la verdad. Todo el mundo habla de los Beatles, aunque yo le oía presentando a Duran Duran y a los Ace of Base, ¿eh? Seamos justos.
Una de las cosas sugestivas que han tenido los 8 meses que llevo en Madrid es llegar a mi casa con buen tiempo, a eso de las 9 de la noche, y encontrármelo sin falta en el bar de al lado de mi portal. Para un cateto a babor como yo, esto impresiona. Al cabo de unos meses te haces a la idea -tampoco somos idiotas-, pero lo que realmente impresiona es cuando te enteras de que ese amable barrigudo, ese rockero con pelo de naftalina que se santiguaba al pasar por la ermita que hay frente a mi ventana, se ha caído por las escaleras y se ha roto la crisma. De verdad que estaba esperando al buen tiempo para asomarme a la terraza del bar y verle allí tomándose la cañita después de salir de la radio, aquí al lado. Ahora me arrepiento de no haberle hecho aquella foto en la calle, cuando le pillamos mirando los CDs del negro de la manta. Que te estamos viendo, Luqui.
“Siempre se van los mejores”. Mentira. Nos vamos todos, qué carajo. Es el consuelo de pensar que el Papa está convirtiendo a la pro-eutanasia a muchos católicos, que Reagan murió espongiforme por justicia poética, y que a Fraga le queda una queimada para irse al hoyo, que ya es hora. Al menos Luqui no se ha enterado, o eso dicen. Parece que no ha tenido el trance de Jiménez del Oso en su cáncer, o de Paul Hester en su depresión. Parece que no ha tenido que sufrir la misma agonía que el rock’n’roll.
Hace un par de días, Jiménez del Oso se ha pasado al otro lado de la cinta, dejándonos a todos esperando ansiosos sus crónicas desde el otro barrio. Un día antes, Paul Hester, batería de Crowded House, se había colgado de un árbol. Y hoy se ha ido Joaquín Luqui, el Doc Brown de las ondas.
Una pena los tres. El parapsicólogo me tría bastante al pairo, pero hay que reconocer que fue una de las presencias memorables de la tele de mi infancia; también Paul Hester tenía su cosa. Recuerdo pocos discos que me hayan marcado tanto como su Woodface, tanto por la maravilla que es como por el disgusto de la tía a la que se lo presté. Me lo levantó por la cara, la muy zorra; Luqui es otra cosa. Como todo quisque lo escuché en mis años de radiofórmula, poco, la verdad. Todo el mundo habla de los Beatles, aunque yo le oía presentando a Duran Duran y a los Ace of Base, ¿eh? Seamos justos.
Una de las cosas sugestivas que han tenido los 8 meses que llevo en Madrid es llegar a mi casa con buen tiempo, a eso de las 9 de la noche, y encontrármelo sin falta en el bar de al lado de mi portal. Para un cateto a babor como yo, esto impresiona. Al cabo de unos meses te haces a la idea -tampoco somos idiotas-, pero lo que realmente impresiona es cuando te enteras de que ese amable barrigudo, ese rockero con pelo de naftalina que se santiguaba al pasar por la ermita que hay frente a mi ventana, se ha caído por las escaleras y se ha roto la crisma. De verdad que estaba esperando al buen tiempo para asomarme a la terraza del bar y verle allí tomándose la cañita después de salir de la radio, aquí al lado. Ahora me arrepiento de no haberle hecho aquella foto en la calle, cuando le pillamos mirando los CDs del negro de la manta. Que te estamos viendo, Luqui.
“Siempre se van los mejores”. Mentira. Nos vamos todos, qué carajo. Es el consuelo de pensar que el Papa está convirtiendo a la pro-eutanasia a muchos católicos, que Reagan murió espongiforme por justicia poética, y que a Fraga le queda una queimada para irse al hoyo, que ya es hora. Al menos Luqui no se ha enterado, o eso dicen. Parece que no ha tenido el trance de Jiménez del Oso en su cáncer, o de Paul Hester en su depresión. Parece que no ha tenido que sufrir la misma agonía que el rock’n’roll.
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