28 de septiembre de 2005

Ratones

Algo he leído sobre unos ratones. Hay gente que vive de putear ratones hasta que no les sale el pelo, y después reputearlos, transputearlos y contraputearlos hasta que les vuelve a salir. Hablando de eso, o puede que no (mi insomnio me hace dudar hasta de mi propio pelo) alguien decía que, más allá de los problemas que surjan a la hora de profundizar en estas virguerías pre-apocalípticas, el marrón serio está en que, de camino al pelo o no-pelo, hay que pasar muy cerca del embrión clonado. Del embrión humano. Del protoclón. Canguelo.

Tengo que reconocer, y puede que esto también se deba a mi falta de sueño, que no comprendo los reparos ante la clonación humana total. Digo total porque discutir la terapéutica sí me parece un sinsentido. Ya sabes, aquello de sólo poder arreglar el coche reparando las piezas averiadas, nada de usar un recambio nuevo. A lo que voy: ¿por qué no clonar a una persona entera? No creo que nadie considere a los gemelos una inmoralidad, una agresión a los más profundos cimientos de la naturaleza humana. ¿Qué problema hay en un clon? De todas formas, nunca va a ser la misma persona. Parece que aquí, como en el resto de los asuntos, estamos olvidando el significado de la palabra Educación. Se me ocurre pensar que temer la clonación es desconfiar de la autonomía individual de las personas. ¿Qué importa que dos o veinte personas compartan genotipo? ¿No somos hermanos de todas formas, amigos cristianos? ¿No somos todos el mismo consumidor? Imagina el mundo de posibilidades en el estudio de la psicología del individuo, del “fenotipo intelectual”. Eso por no hablar de mi clon de Beyoncé.

Algún día espabilaremos, y llegaremos a la conclusión de que no somos más que ratones calvos.

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