Subnormales
Reivindico la brutalidad policial para con la panda de subnormales que ha arrasado mi calle esta noche, en el centro de Madrid. Docenas de imbéciles enkalimotxados, arrancando un contenedor de vidrio y volcándolo en medio de la calle, llamando a gritos a los antidisturbios que se desplegaban a doscientos metros.
Cuatro o cinco contenedores de basura tumbados treinta metros más abajo, y una chica afanándose por recogerlos y apartarlos de la vía. Otra muchacha encapuchada, tumbándolos otra vez, a coces, desafiando a la primera. La igualdad mejor por abajo, ya se sabe. Otro mamón, durante toda la escena, pateando una papelera sin conseguir arrancarla. Poco después aparecía un colega con una al hombro, para lanzarla contra la nada; la papelera caía al suelo a dos metros, pero él ya se ha dado media vuelta y ha huido de la misma nada, como si hubiera hecho algo. Mis felicitaciones a los que fabrican las marquesinas de las paradas de autobús: otro payaso intentaba sin éxito romper sus cristales, con un trozo de hormigón pescado en el único descampado de la calle. Y otro por ahí cantando “A las barricadas”. Cómo se atreve. Gilipollas.
Lo que son las cosas. Joven y de izquierdas, y todo el tiempo lo he pasado deseando que apareciese la madera y le rompiese los piños a alguien. Cruzando los dedos para que un agente anduviese tan fino de puntería como para atinarle un gomazo en los huevos a alguno. Lástima, no ha sido así. Los únicos pelotazos de goma que he oído disparar han sido en la distancia, y cuando los antidisturbios han pasado bajo mi ventana esa manga de ignorantes ya había salido perdiendo el culo hacía rato. Valientes como ellos solos.
Segunda oleada. Me pregunto qué parte del pastel hay que repartirles a sus padres, que posiblemente hacían lo mismo una noche como ésta hace treinta años, quizá por una razón. Han criado una panda de cabestros que están dispuestos a reventar un barrio entero por defender el derecho a hacer botellón. Y con vino malo, no me jodas. Tres pijas suben desde Gran Vía enseñándose la ropa que acaban de mangar del escaparate roto de una tienda. Ése es el fruto para la sociedad de la protesta de hoy. Tercera oleada, residual. Los retrasados retrasados. Vienen huyendo, y yo ni siquiera llego a ver de quién huyen.
La huída es su estado natural, su rutina vital. Huída de la realidad, de la responsabilidad, de su pasado insípido y especialmente del futuro. Huyen de sí mismos, hay que ser desgraciado; y para ello usan la Fiesta, el Kalimotxo, el Botellón, y ahora, la bronca callejera. La nueva Movida Madrileña.
Me alegro de escribir de noche y dormir por el día. Mientras yo esté descansando, estos jodidos zombis estarán aguantando clases de asignaturas que no les interesan, o echando horas en sus curros de mierda, agachando la cabeza ante sus jefes, reponiendo tarros de aceitunas en el Carrefour con la cabeza puesta en el fin de semana que viene. Poniéndole el culo a un Sistema que ni ven ni huelen ni sienten ni padecen. La profecía que se cumple a sí misma. Y el mejor momento del día de mañana será cuando se sienten a la cena y vean en las noticias la que prepararon la noche anterior. “Mira, papá, mira de lo que soy capaz”.
Cuatro o cinco contenedores de basura tumbados treinta metros más abajo, y una chica afanándose por recogerlos y apartarlos de la vía. Otra muchacha encapuchada, tumbándolos otra vez, a coces, desafiando a la primera. La igualdad mejor por abajo, ya se sabe. Otro mamón, durante toda la escena, pateando una papelera sin conseguir arrancarla. Poco después aparecía un colega con una al hombro, para lanzarla contra la nada; la papelera caía al suelo a dos metros, pero él ya se ha dado media vuelta y ha huido de la misma nada, como si hubiera hecho algo. Mis felicitaciones a los que fabrican las marquesinas de las paradas de autobús: otro payaso intentaba sin éxito romper sus cristales, con un trozo de hormigón pescado en el único descampado de la calle. Y otro por ahí cantando “A las barricadas”. Cómo se atreve. Gilipollas.
Lo que son las cosas. Joven y de izquierdas, y todo el tiempo lo he pasado deseando que apareciese la madera y le rompiese los piños a alguien. Cruzando los dedos para que un agente anduviese tan fino de puntería como para atinarle un gomazo en los huevos a alguno. Lástima, no ha sido así. Los únicos pelotazos de goma que he oído disparar han sido en la distancia, y cuando los antidisturbios han pasado bajo mi ventana esa manga de ignorantes ya había salido perdiendo el culo hacía rato. Valientes como ellos solos.
Segunda oleada. Me pregunto qué parte del pastel hay que repartirles a sus padres, que posiblemente hacían lo mismo una noche como ésta hace treinta años, quizá por una razón. Han criado una panda de cabestros que están dispuestos a reventar un barrio entero por defender el derecho a hacer botellón. Y con vino malo, no me jodas. Tres pijas suben desde Gran Vía enseñándose la ropa que acaban de mangar del escaparate roto de una tienda. Ése es el fruto para la sociedad de la protesta de hoy. Tercera oleada, residual. Los retrasados retrasados. Vienen huyendo, y yo ni siquiera llego a ver de quién huyen.
La huída es su estado natural, su rutina vital. Huída de la realidad, de la responsabilidad, de su pasado insípido y especialmente del futuro. Huyen de sí mismos, hay que ser desgraciado; y para ello usan la Fiesta, el Kalimotxo, el Botellón, y ahora, la bronca callejera. La nueva Movida Madrileña.
Me alegro de escribir de noche y dormir por el día. Mientras yo esté descansando, estos jodidos zombis estarán aguantando clases de asignaturas que no les interesan, o echando horas en sus curros de mierda, agachando la cabeza ante sus jefes, reponiendo tarros de aceitunas en el Carrefour con la cabeza puesta en el fin de semana que viene. Poniéndole el culo a un Sistema que ni ven ni huelen ni sienten ni padecen. La profecía que se cumple a sí misma. Y el mejor momento del día de mañana será cuando se sienten a la cena y vean en las noticias la que prepararon la noche anterior. “Mira, papá, mira de lo que soy capaz”.
5 comentarios:
¡Y qué razón hay en tus palabras! Pero a mí todo esto me da una mezcla de pena y rabia. Rabia porque habría bajado yo misma a dar de hostias a esa manada de mequetrefes y sórdidos. Y pena porque esa es la sociedad del mañana. Más nos vale que venga un apocalipsis cualquiera y se nos lleve rápido, porque si no se nos va a quedar cara de pasa hasta que nos muramos de puritito asco.
Amén, hermano.
Señor Vania: si hubiera habido brutalidad policial sólo habría servido para aumentar las palabras inconexas en sus panfletos de argumentaciones ¿antibelicistas?. "Menos mal" que no la hubo... aunque hubiera molado un vengador rollo batman, salido de la nada, repartiendo mamporros en la oscuridad ¡Entonces, al menos, tendrían motivos para huir!.
En mi tierra, Cádiz, un autor de carnaval dijo una frase muy cierta que viene al caso con tu post y dice: "Hoy en día ya sólo es maricón quien da por culo sin dar la cara". ¡¡Maricones!!
Lo que me extraño es que a la valiente que recogía los contenedores no cobrara(vamos, digo yo que no cobraría ya que no lo mencionas, y tampoco me resulta lógico que si estaba con ellos recogiera los contenedores). Mis más sincera adulación a esa chica por echarle huevos, yo no me habría atrevido.
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