Que te meto, Benedetto
No vamos a ser ingenuos. La Santa Iglesia, debemos suponer, estudia sistemáticamente el efecto que sus pisadas tienen en esta Tierra. Cada operación mediática es un símbolo, no hay duda, y le vamos a sacar punta a cada manifiesto, a cada elección.
Ratzinger tiene cara de hijoputa. Punto número uno. A cada año que pasa me inclino más a pensar que el que tiene cara de desgraciado suele haberlo sido desde la cuna. Francamente, si fuese cristiano me daría mal rollo que mi representante supremo tuviese esa cara de cabrón; me daba vergüenza que Aznar tuviese esa pinta de bellaco poco aseado por la imagen que podría transmitir de puertas afuera; tiemblo de pensar que vengan los extraterrestres y hablen con George Bush. Querría que me tragase la tierra. Recemos porque no traigan cacharros de esos para interpretar las expresiones humanas, o nos van a hacer la de Independence Day.
El asunto es que si la Iglesia elige a un individuo como Ratzinger, y hablo desde el punto de vista publicitario, es o bien porque no le importa que se la asocie con esa cara mezquina, o bien porque su curia no vive en este siglo. Parece que está claro, pero no. No me lo creo. Todos ven la tele, leen periódicos, están al día de las conductas diabólicas que usan el ano con fines heterodoxos. Incluso algunos de sus miembros las ponen en práctica.
No puede ser casualidad que el anterior Papa fuese un polaco desplazado por el nacionalsocialismo, y que éste fuese un miembro de las Juventudes Hitlerianas. “Lo alistaron contra su voluntad”. Claro. Hubo millones de capullos que se hicieron matar con tal de no estar en esas listas, y si su padre era policía, me lo creo aún menos. Sea como sea, el detalle está ahí, y da qué pensar.
Quizá sea el signo de los tiempos. Quizá la razón sea la misma por la que el presidente de los USA es un vaquero de los cojones, el jefe del FMI es un empresario de larga saga franquista, el primer ministro italiano es un magnate mediático, y Zapatero sí que es de Valladolid.