!!!
GEMMA NIERGA:
Pepe, ha llegado Almudena Grandes.
PEPE SACRISTÁN:
¡Hola Almudena!
ALMUDENA GRANDES:
Hola, Pepe. ¿Cómo estás?
PEPE SACRISTÁN:
Muy bien, encantado de hablar contigo. Esperando a que haya otra manifestación para volverte a ver.
GEMMA NIERGA:
Pepe, ha llegado Almudena Grandes.
PEPE SACRISTÁN:
¡Hola Almudena!
ALMUDENA GRANDES:
Hola, Pepe. ¿Cómo estás?
PEPE SACRISTÁN:
Muy bien, encantado de hablar contigo. Esperando a que haya otra manifestación para volverte a ver.
Llevo unas cuantas semanas siguiendo con atención las aventuras de producción que Álex de la Iglesia va contando en su blog, y estoy esperando impaciente dos momentos. El primero, cuando nos dé la noticia de que va a desnudar a su chica protagonista –lo más bonito que tiene España después del pasodoble–, y el segundo, la tormenta de mierda. Uno de los últimos posts a fecha de hoy habla de la felicidad que da este trabajo cuando las cosas salen. No es que le desee otra cosa, pero él sabe mucho mejor que yo que llegará ese momento de todos los rodajes en el que del cielo empiezan a caer sapos y ranas y hostias en vinagre, y uno, especialmente si en su silla pone “director”, considera la idea de meterse un 38 en la boca. Tengo ganas de ver cómo lo cuenta.
El caso es que leyéndole me he acordado de algo que pasó hace diez años. En aquella época yo todavía pensaba, capullín de mí, que uno podía llamar la atención y colocar algo a base de enviar guiones a las productoras. Uno de ellos era un corto bastante surrealista y cabrón, lleno de humor negro y atrocidades de cartoon. Le faltan un par de reescrituras o doce, pero sigo pensando que podría acabar siendo un buen corto. El caso es que con ese guión –y el cuarto largo que escribí, que son primos hermanos– me dejé varias docenas de propinas en fotocopias, encuadernaciones y correos certificados. Sí. Un completo imbécil. En 1997 yo tenía 17 años, y mi casa era como el rodaje de Apocalypse Now. Me pasaba el día escribiendo y viendo películas, y mis padres hacían lo que cualquier padre que desea lo mejor para su hijo hace en esa situación: tocar los cojones de manera implacable. Y yo con mi casco de camuflaje, con ramas y tal.
Recibí dos putas respuestas, dos. Una de ellas era un “no” muy cortés de una de las productoras importantes. La otra era una carta con informe de una productora pequeña pero de potentes credenciales. Las dos nos llevarían hasta Álex de la Iglesia en menos de un paso del juego de Kevin Bacon.
La carta decía que, por desgracia, “no estamos en condiciones de afrontar más proyectos que los que surgen en el seno de nuestra productora”. Me pareció razonable. En el informe adjunto, y esto es lo importante, el analista alababa mi guión con términos como “original” y “llamativo”. Recuerdo el final de uno de los párrafos: un guión cojonudo, blablabla, “... muy en la línea de Álex de la Iglesia”.
Como pueden imaginar, Álex de la Iglesia se convirtió en ese instante en el puto Álex de la Iglesia, el director de cine que triunfa con su segunda película, que ha conseguido que yo pague por verla, y que se ha ido a los Estados Unidos a rodar en inglés la tercera (1997, otra vez). Joven e impresionable. Que me comparasen con el crack que había sido capaz de hacer dos películas de acción y FX en la chusca España de los 90 me confirmó que me tenía que dedicar a esto, y me llenó el cuerpo de testosterona. ¡Compréndanme! Todo el día con Def Con Dos, por el amor de Dios. Aquello era el no más acojonante que me podrian haber dado.
Algo cambió cuando les enseñé la carta a mis padres. Ellos insistieron en su campaña por que su hijo acabara teniendo un título universitario, y yo seguí ejerciendo una moderada oposición. En todo caso, el cine dejó de ser entendido como casus belli.
Aún conservo la carta, como pueden imaginar. Especialmente por una frase que, lo crean o no, no se me subió a la cabeza: “El final es singularmente brillante, nada que ver con los cojos finales de nuestro amigo Álex de la Iglesia”.
Nunca supe qué hacer con eso.
VOZ: Kiefer, tronco. ¿Qué te pareció el muñeco?
KIEFER: (con resaca) Cojonudo. Haced la primera tirada.
VOZ: Guay. Devuélvenos el prototipo, que es el único que tenemos.
Eso lo explica todo.