31 de enero de 2007

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Esta tarde, en La Ventana:
GEMMA NIERGA:
Pepe, ha llegado Almudena Grandes.

PEPE SACRISTÁN:
¡Hola Almudena!

ALMUDENA GRANDES:
Hola, Pepe. ¿Cómo estás?

PEPE SACRISTÁN:
Muy bien, encantado de hablar contigo. Esperando a que haya otra manifestación para volverte a ver.

23 de enero de 2007

!!!

Hasta dos horas y pico después de que se anunciasen las candidaturas a los Óscar ningún medio televisivo ni digital se ha enterado de que hay dos cortos españoles nominados, a pesar de que la mayoría linkan una lista completa como ésta. País...

18 de enero de 2007

El puto Álex de la Iglesia

Llevo unas cuantas semanas siguiendo con atención las aventuras de producción que Álex de la Iglesia va contando en su blog, y estoy esperando impaciente dos momentos. El primero, cuando nos dé la noticia de que va a desnudar a su chica protagonista –lo más bonito que tiene España después del pasodoble–, y el segundo, la tormenta de mierda. Uno de los últimos posts a fecha de hoy habla de la felicidad que da este trabajo cuando las cosas salen. No es que le desee otra cosa, pero él sabe mucho mejor que yo que llegará ese momento de todos los rodajes en el que del cielo empiezan a caer sapos y ranas y hostias en vinagre, y uno, especialmente si en su silla pone “director”, considera la idea de meterse un 38 en la boca. Tengo ganas de ver cómo lo cuenta.

El caso es que leyéndole me he acordado de algo que pasó hace diez años. En aquella época yo todavía pensaba, capullín de mí, que uno podía llamar la atención y colocar algo a base de enviar guiones a las productoras. Uno de ellos era un corto bastante surrealista y cabrón, lleno de humor negro y atrocidades de cartoon. Le faltan un par de reescrituras o doce, pero sigo pensando que podría acabar siendo un buen corto. El caso es que con ese guión –y el cuarto largo que escribí, que son primos hermanos– me dejé varias docenas de propinas en fotocopias, encuadernaciones y correos certificados. Sí. Un completo imbécil. En 1997 yo tenía 17 años, y mi casa era como el rodaje de Apocalypse Now. Me pasaba el día escribiendo y viendo películas, y mis padres hacían lo que cualquier padre que desea lo mejor para su hijo hace en esa situación: tocar los cojones de manera implacable. Y yo con mi casco de camuflaje, con ramas y tal.

Recibí dos putas respuestas, dos. Una de ellas era un “no” muy cortés de una de las productoras importantes. La otra era una carta con informe de una productora pequeña pero de potentes credenciales. Las dos nos llevarían hasta Álex de la Iglesia en menos de un paso del juego de Kevin Bacon.

La carta decía que, por desgracia, “no estamos en condiciones de afrontar más proyectos que los que surgen en el seno de nuestra productora”. Me pareció razonable. En el informe adjunto, y esto es lo importante, el analista alababa mi guión con términos como “original” y “llamativo”. Recuerdo el final de uno de los párrafos: un guión cojonudo, blablabla, “... muy en la línea de Álex de la Iglesia”.

Como pueden imaginar, Álex de la Iglesia se convirtió en ese instante en el puto Álex de la Iglesia, el director de cine que triunfa con su segunda película, que ha conseguido que yo pague por verla, y que se ha ido a los Estados Unidos a rodar en inglés la tercera (1997, otra vez). Joven e impresionable. Que me comparasen con el crack que había sido capaz de hacer dos películas de acción y FX en la chusca España de los 90 me confirmó que me tenía que dedicar a esto, y me llenó el cuerpo de testosterona. ¡Compréndanme! Todo el día con Def Con Dos, por el amor de Dios. Aquello era el no más acojonante que me podrian haber dado.

Algo cambió cuando les enseñé la carta a mis padres. Ellos insistieron en su campaña por que su hijo acabara teniendo un título universitario, y yo seguí ejerciendo una moderada oposición. En todo caso, el cine dejó de ser entendido como casus belli.

Aún conservo la carta, como pueden imaginar. Especialmente por una frase que, lo crean o no, no se me subió a la cabeza: “El final es singularmente brillante, nada que ver con los cojos finales de nuestro amigo Álex de la Iglesia”.

Nunca supe qué hacer con eso.

15 de enero de 2007

Otra cosa que tengo que hacer en la vida

es irme de farra con Kiefer Sutherland.

Hace un año, querían hacer muñequitos de Jack Bauer, y le mandaron uno para que diese el visto bueno. Kiefer se fue de fiesta con un colega. A eso de las 3 de la mañana sintieron la necesidad de torturar al muñeco para sonsacarle información. La sesión de interrogatorio duró hasta que se cansaron y le prendieron fuego en un jardín del vecindario.

A la mañana siguiente, Kiefer recibió una llamada.
VOZ: Kiefer, tronco. ¿Qué te pareció el muñeco?

KIEFER: (con resaca) Cojonudo. Haced la primera tirada.

VOZ: Guay. Devuélvenos el prototipo, que es el único que tenemos.
A Kiefer siempre le ha gustado la música. Con otro de sus colegas ha montado una discográfica, y han fichado a una banda. Primera decisión: irse de gira europea con Kiefer como manager. Unas semanas después su propio grupo lo despidió. Por fortuna, hay prueba documental.


Eso lo explica todo.

11 de enero de 2007

Videomúsica

Ahí va una tontería: siempre he pensado que el videoclip como género es el sustituto perfecto de la poesía. Es estúpido porque nadie ha encargado un sustituto de nada, y ni puta falta que hace. Pero piénsalo: composiciones cortas con varios moldes muy definidos, en las que la forma aplasta al contenido y que por lo general están cuajadas de símbolos, alegorías, artefactos estilísticos y, en muchas ocasiones, alardes de técnica que bordean el metalenguaje.

Me pregunto si a la elite intelectual que desprecia por sistema cualquier arte comercial le llama la atención que ésta tan pujante haya nacido de una necesidad mercantil de las discográficas, y se haya afianzado a golpe de talento artístico. Porque no me cabe la menor duda de que si el videoclip no se hubiese perfeccionado en década y pico de la forma en que lo hizo, llamando a los talentos de la imagen y formando otros nuevos como medio expresivo autónomo y genuinamente artístico, ahora no tendría la importancia mediática que tiene. Dicho de otra manera, si el video musical hubiese sido cultivado como herramienta publicitaria y sólo como eso, obviando sus posibilidades artísticas, ahora existiría a la misma altura que los carteles pegados con cola en los muros de los descampados o los flyers que te dan a la salida del metro. Y no tendría la mitad de la fuerza comercial que tiene.

Michael Jackson es uno de los que mejor entendieron que para que el videoclip funcionase como anuncio tenía que funcionar antes como arte. Se puede decir que él inauguró el medio tal y como lo conocemos ahora con las piezas que le hicieron para el Thriller en 1983. En los años siguientes fue capaz de meter dos de sus vídeos en la cumbre de los más caros jamás realizados... y el resto de los que ha hecho no son lo que se dice baratos. Imagino que, por muy importante que seas, sólo un genio es capaz de convencer a una discográfica para que invierta en un cortometraje más dinero del que Andrés Vicente Gómez se ha gastado en todas sus películas juntas. Es un decir, pero por poco: el vídeo de Scream costó en 1995 una cifra muy similar a los cinco largometrajes que Andrés Vicente Gómez produjo ese año. Y sin subvenciones.

En la misma actitud, Jackson le encargó vídeos a gente como Spike Lee, John Singleton, David Fincher, Lynch, o Scorsese, y muchos de ellos acabaron siendo auténticas películas en las que la música estaba casi en segundo término, ocupando apenas un tercio de la duración del vídeo o siendo estirada hasta los 15 ó 20 minutos para adaptarse a la imagen y no al revés. No me digan que no es la hostia colarle eso a la Sony. Sin embargo, a pesar de la lista de realizadores de arriba, los dos mejores vídeos de Michael Jackson son de John Landis que es, con mucho, el peor director de todos. Ello viene a demostrar que el videoclip tiene entidad propia como forma artística y no es un hermano pequeño del cine, como pueda serlo el cortometraje (ouch!).

Por cierto, Michael Jackson dejó de hacer buenos vídeos en el mismo momento en que dejó de hacer buena música. No puede ser casualidad.

Todo esto explica que, en el amanecer del ipod, que no es otra cosa que un videomp3, esté surgiendo un género nuevo de música inseparable de su videoclip. La imagen siempre ha sido la mitad de muchas figuras de la música, pero esa proporción ya se ha superado. Pienso en esa maravilla de la mercadotecnia llamada The Pussycat Dolls. A alguien se le ocurre hacer un disco con un espectáculo de vodevil; tras el obligado casting de tías-buenas-que-bailan-y-cantan, llama a varios productores-estrella y hacen un disco pegadizo como una telaraña. Pero es no es nada por sí mismo antes de subir al barco a algunos de los creadores de videoclips más importantes del momento. Y es ahí donde empieza el grupo. Por poner algún tubo, uno que les ha hecho Francis Lawrence (ojo con éste) y que es muy simple. Tan simple como una silla CGI.


Está claro que la videomúsica lleva unos cuantos años cociéndose, pero va a salir del horno dentro de nada, cuando todos llevemos en el bolsillo un reproductor de vídeo del tamaño del móvil –en realidad será el móvil– y no tenga sentido, para escuchar música, cargar en él la canción si podemos cargar el videoclip y mover dos medios por el precio y el tamaño de uno.

Nadie firmará para grabar un disco sin demostrar antes que puede actuar en un vídeo y dar bien en cámara; las discográficas tendrán un equipo de realizadores como los estudios de cine en los viejos tiempos, con sus correspondientes DPs y editores de lujo, los directores de videoclips irán a porcentaje de las ventas del single, y en las escuelas de cine se enseñará poesía.