Contraprogramado
En Admisión se me ha colado una guarra de pelo naranja; un hombre con maletín que esperaba lo ha visto y hemos estado comentando la jugada mientras yo me recogía el libro, la camisa y el abrigo para agilizar la exploración.
Me han mandado a la sala de espera de Traumatología, y allí me he sentado. No había mucho movimiento; sólo un corrillo de familiares esperando en torno a una hilera de bancos. Al poco rato, uno de ellos se ha marchado dejando un hueco por el que he reconocido a una de las mujeres sentadas allí: una famosa de la tele. Entonces he mirado al otro extremo de la sala, los bancos llenos de espectadores lesionados, todos observando sin reparos a la vividora de pelo mal teñido, lacio y sucio como los billetes de su cartera. He leído hasta oír mi nombre. De allí me han mandado a Radiología. Póngase aquí, respire hondo, placa, placa, media vuelta y vuelta a la sala de espera. Por el camino me he cruzado con el hombre de Admisión y nos hemos saludado.
La famosa ya se había marchado con todo su séquito, dejando vacíos los bancos. Me he sentado donde había estado ella, y he abierto mi libro otra vez. Unos minutos después he reparado en los espectadores, ahora frente a mí. Me miraban: un tipo sin afeitar leyendo entre dos columnas. A continuación se ha sentado a mi lado el hombre; me ha vuelto a saludar, ha abierto su maletín y se ha puesto a corregir exámenes de lengua. Un profesor. Me imagino la decepción que han sentido los espectadores ante un cambio de canal tan brusco: como pasar de Gran Hermano a Sánchez-Dragó.
Cuando he salido de la consulta con mis radiografías y mi libro bajo el brazo, he buscado al profesor con la mirada. Ya no estaba allí.
Se había mudado al banco de enfrente.
1 comentario:
¿Quiere decir eso que todos somos espectadores de una manera o de otra? ¿O que todos nos sentimos más a gusto siendo mirones que mirados?
Quizá el profe de lengua se haya cambiado de banco para que no le confundieran ni con uno de Gran Hermano ni con Sánchez Dragó...
En fin, ahí queda.
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