Los Goya me tocan la p****
Tengo un vecino bloguero (bitacorero, diría él) que me provoca para que lea uno de sus posts con la mala uva de quien sabe que le voy a contestar. Mira, lo voy a decir: me aburre tanto el cine español que no tenía pensado escribir nada aquí a raíz de los goya, ni de los óscar, ni de los almodóvares, amenábares, etc., pero he acabado poniéndome a ello.
Entrando en el tema, diré que suelo meterme por sistema con el cine español y con los goya, y también con la gala en la que se entregan a ese sopor autocomplaciente. Lo hago así porque los males de nuestro cine son tan endémicos como mi mala uva. Y me temo que me quedan unos cuantos años para dejar de hacerlo, salvo que me vayan bien las cosas dentro de poco y haga suficientes amigos en el negocio como para callarme la boca antes de herir susceptibilidades. Ya sabes lo que se dice: hay que tener amigos hasta en el infierno. O en la crítica, que es mucho peor.
En los Estados Unidos de Mordor tienen un tópico sobre nosotros, los europeos. Para ellos somos los bellos elfos del mundo civilizado, enganchados al Pantene Pro-V y estirados y de puntillas por la vida para no romper el clavel que llevamos metido en el culo. En otras palabras: si un pedo huele mal, no puede ser el nuestro. Éste es el primer problema que tenemos, en el cine y en todas las otras cosas. Si la gente no va a ver nuestra película es porque la promoción yanqui es abrumadora, y como la gente es imbécil, no se entera de que hemos estrenado la semana pasada; si montamos una campaña potente y la peli se come los mocos, es porque son imbéciles y no aprecian las pelis de personajes, de Seres Humanos, y sólo quieren peleas y explosiones; si nos hemos gastado la subvención en pistolitas y efectos digitales, hacemos anuncios de dos en dos y aún así no la ve ni el acomodador... es que son imbéciles y prefieren a Bruce Willis antes que a Resines. Dónde va a parar.
Está claro que las cifras están desequilibradas. La proporción de cine americano que llega nos deja fuera de juego. Sabemos eso, y también que nuestro público es imbécil. Los imbéciles no suelen saber idiomas, así que la culpa debe de ser del doblaje. Claro, es eso. Como las pelis americanas están dobladas, compiten en igualdad de condiciones en el único terreno en el que deberíamos ser superiores. Ataquemos al doblaje, pues. Limitemos el número de películas que se doblan. Como nuestros españolitos son todos imbéciles no les quedará más remedio que ver pelis españolas para enterarse de lo que pasa. Que no se doble el cine yanqui (o se doble mucho menos), para que la gente tenga que joderse y ver cine español por cáscaras. Vaya una forma de solucionar el problema. Es la forma de ver el mundo que tiene el snob cultureta, que mal que nos pese a ti y a mí, suele ser de izquierdas, y que por regla general es quien lleva el altavoz en nuestra cuasi-industria. Pero no seré yo quien se pase a los losantismos y hable de estalinismo. Si la izquierda da el cante con esto es porque a la derecha siempre le ha importado tres cojones la cultura. Pero en este caso, la izquierda tiene la misma actitud que el señorito cortijero que se ríe del tonto del pueblo.
Se ponen ejemplos como Mar Adentro. Un peliculón, estoy de acuerdo, y me preguntan si este año habrá una peli americana mejor. Me cuesta pensar en una, la verdad. Pero yo devuelvo la pregunta: ¿existe una película española del mismo año que le llegue al chicle pegado en la suela? Hay un mundo entre medias. Amenábar no es cine español, así de sencillo. Ojalá lo fuera. Ni siquiera Almodóvar o Garci lo son, qué coño. Su cine tiene una factura técnica y una solidez estética y conceptual muy por encima de lo que hace el resto. Y conste que no me hacen mucha gracia ninguno de los dos, pero qué casualidad: sus pelis no suelen tener problemas en la taquilla.
Y ambos pillan subvenciones, como todo hijo de vecino. Pero las gastan de otra forma, ésa es la clave. Lo que hacen es pedir las subvenciones para tener más pasta, y afrontar la inversión con más posibilidades y más capacidad para que la película luzca. Lo triste es que no es eso lo que hace el productor medio español, al menos hasta donde yo sé. La táctica es más bien aspirar a subvenciones y ver lo que cae; una vez tenemos una cifra asegurada, nos gastamos ese dinero, o poco más, en la película. De esta forma, solamente por el hecho de estrenar ya hemos recuperado gastos en la mayor parte de las ocasiones, y con lo que nos paguen por derechos de televisión, etc, ya hemos hecho negocio. Así, ¿a quién le importa que la película funcione en taquilla? Hacer buen cine es un esfuerzo que no compensa, porque el beneficio no va a aumentar necesariamente en la misma medida. El problema no es el cine subvencionado, sino los cineastas mediocres que viven de él.
La taquilla es como una discoteca. Todos sabemos que la belleza está en el interior y todo eso, pero seamos sinceros: cuando uno se arrima a la barra con cara de jaguar, uno va a lo que va. Tías buenas. Ésa es la razón por la que las guapas follan mucho más que las feas, y hace que para que una tía fea eche un cohete tenga que ser más maja que la hostia. El cine español es una permanente diapositiva de la siguiente situación:
-Tío, me he echado una novia...
-¿Está buena?
-Buah, es más maja...
Las pelis taquilleras son las macizas que todo el mundo va buscando como lobos en la pista de baile. Hay pocas y están muy cotizadas. Pero lo peor es que siempre acaban con el mismo cabrón, y todos nos preguntamos cómo lo ha hecho. Pero en vez de asimilar de una vez que el tío es un yorscluni y se lo monta muy bien, nosotros seguimos echándole la culpa a ella y diciendo que todas las rubias son tontas, y ésa en concreto además es una guarra. Véase torrentes, mortadelos, filemones y demás.
Por otro lado, las pelis cutres, nefastas, que hace la mayoría por estos lares, son las feas como un congrio en un charco de petróleo, y en buena lógica no se comen ni las uñas. Por eso van en tropel, de seis en seis, como hienas buscando un ñu famélico que se vaya a dejar devorar. Véase “Di que sí”, “Torapia” o “Diario de una becaria”.
Más allá está la tía fea y estúpida que de puro cerda que es aprovecha la libido cegadora del varón imberbe para llevarlo al catre. Por alguna extraña razón que no queremos comprender, ésa tía pilla mucho, más que nadie si atendemos a la relación entre lo que ofrece y lo que se come después. Siempre hay un enfermo al que le gustan. Véase “Kárate a muerte en Torremolinos”.
Y después está esa especie maravillosa de mujeres perfectas: la tía cañón que hace que te preguntes por qué has tardado tantos años en conocerla. Y encima es inteligente, culta, educada, te partes el culo con ella y cocina que te pasas. Amor incondicional, vamos. Véase “Mar Adentro”.
La noche del "no a la guerra" me pareció la mejor manifestación del problema. Un artista no debería ser un portavoz de la sociedad en el sentido que se celebró aquella noche. Si un actor o un cineasta es aquél que transmite ideas, no es en sus manifas ni en sus ruedas de prensa, sino en sus obras donde debería verter toda esa ideología irreprochable por legítima. Está claro que cada uno puede decir lo que y cuando le de la gana, pero en el momento en que el cineasta se convence de que tiene la misión de cambiar el mundo, ha empezado a creerse mejor que su público. Y la gala de los goya ya es suficiente coñazo como para repetir todos lo mismo como putos loros. Lo que hay que esperar de los artistas es lo que no exhibieron aquel día, lo que necesita nuestro cine: más creatividad y menos autocomplacencia.
2 comentarios:
Yo más bien diría que Karate a muerte en Torremolinos es el equivalente a una tía que sólo sabe contar chistes de Lepe.
Vania, te has ido a la cama, seguro. Pero te estás perdiendo un programa de Wyoming en el que están colaborando Tonino y Pablo Carbonell. Y de voz en off, Juanjo de la Iglesia. Te hubiera encantado.
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