Loca Academia de Lengua
Estaba yo disfrutando de las prácticas sexuales desviadas de “Queer as folk”, y me ha chocado el doblaje. Dado que soy aficionado pero no experto he tardado en situar las voces que escuchaba. Me estaba preguntando si era un doblaje de Madrid o de Barcelona, hasta que han dicho “gay”.
Pero no el [guéi] que se dice normalmente, sino la versión académica. Un [gái] que, no lo puedo evitar, me suena a cabrero. Claro, en Barcelona, con eso del bilingüismo, tienen dudas, y hacen lo que nadie hace en Madrid: mirar el diccionario. ¿"Gai" es? Pues "gai" se queda. Aunque suene a hostias y nadie lo diga en el mundo real.
Porque suena a hostias y nadie lo dice en el mundo real, y sin embargo está admitida por la Real Academia, igual que otros abortos de viejo como güisqui, cederrón o sándwich (sí, con acento). Productos todos de una actitud que, aplicada a la ingeniería genética, corregiría los genes de un negro para que sus hijos no desentonasen en una aldea de caucásicos. Como si la excepción fuese algo perjudicial, y el españolito no fuera capaz de diferenciar excepcionalmente la ortografía de la pronunciación. Algo que hacemos todos los días sin ningún aspaviento, y que, estandarizado, flexibilizaría el lenguaje y lo vacunaría contra esperpentos etimológicos como homofobia (aceptada ya) o "metrosexual" (caerá en nada, ya verás).
Entiendo lo del güisqui: no le vas a pedir a un carajillero de Monforte de Lemos que se invente un nombre para el aguardiente de los guiris, y mal pronunciado, mal queda. Pero coño, el cederrón es seguramente la palabra más fea del castellano. No sé tú, pero yo siempre oí “compacto” cuando estos cacharritos entraban en el idioma, y la verdad es que no sonaba mal. Y ahora, el “cedé” es demasiado socorrido como para estirarlo, que no hace ninguna falta. Sin embargo, los abueletes escogieron el feto más feto de todos, y hasta cambiaron una consonante por el camino, para crear un frankenstein que sólo usan en el grupo Correo (?).
Sándwich es la otra. Como si no hubiésemos comido bocatas toda la vida. O bocadillos, o incluso los emparedados del oso Yogui. Le ponen ese acento nefasto para castellanizarla, a pesar de que en nuestro idioma esa de no se pronuncia y la uve doble no se usa, y si se usa es con sonido de uve: si fuesen coherentes, sería algo como “sánuich”. Sin embargo, la Academia acepta footing, así, tal cual, que es un anglicismo fantasma y, encima, de segunda mano. Footing sí, football no. ¿Por qué? A quién le importa.
El trabajo de los académicos debería ser poner freno a las chorradas que se dicen en los medios de comunicación, para que no contaminen al resto de nosotros y vayamos por la vida cagándola en nuestro hablar. Al menos es lo que parece más sensato, ya que no se puede poner una multa por cada patada al diccionario. Sin embargo, la Academia se dedica, como hemos visto, a buscar la manera más absurda de incorporar anglicismos al español. Otra cosa que hacen es bajarse los pantalones y admitir en el diccionario expresiones que llevan 30 años diciendo que son incorrectas. Bandera blanca, nos rendimos. Aceptamos "barco" como animal acuático.
Así, se dan casos cachondísimos en los que una palabra oficialmente reconocida significa a un tiempo dos cosas contrarias. Por ejemplo, el verbo enervar. En latín, enervare viene de ex- (fuera) y nervus (fuerza, vitalidad). Por tanto, significa “quitarle a uno las fuerzas”, como erradicar es “quitar la (o de) raíz”, eviscerar “quitar las vísceras”, etc. Pero, en algún punto del siglo pasado, a alguien le sonó a nervios, y concluyó que enervar a alguien es "ponerlo nervioso", "sacar a uno de sus casillas". Y la Academia, en vez de corregirlo o al menos negarse a pasar por el aro, lo admite con resignación. Resultado: si digo que Vangelis me enerva nunca sabrás si me relaja mucho o todo lo contrario.
Otra cagada similar y divertida: lívido. Casi siempre que la oímos se refiere a la palidez de alguien, por susto o enfermedad. “Se quedó lívido”. Admitida está, y conviviendo con su significado “real”, o por lo menos el que lleva en la sangre. Del latín livitum, significa “morado”. Total, que estar lívido significa haberse puesto a la vez de dos colores distintos. Como si hubiese una palabra que significase tanto “rojo” como “amarillo”. Diríamos que la bandera española es rojiroja o que tiene dos colores: amarillo y amarillo.
La Academia es la carpintería del lenguaje. El problema es que para ser un carpintero eficaz no sólo hay que tener herramientas, sino fuerza para levantarlas. No veo yo que unos abueletes enterrados en diccionarios tengan el ímpetu necesario para inducir a los medios a que no suelten gilipolleces como las que oímos todos los días: “la práctica totalidad”, “una inmensa mayoría”, “ser presuntamente asesinado”, y otras mil. Han tardado veinte años en entender lo que es un “cedé” (entre comillas, por ilegal), o al menos así ha sido a efectos del idioma. Tardarán otros veinte en descubrir cualquiera de los veintemil vocablos que usamos tú y yo todos los días, hablando de ordenadores, de cine (hacer un travelín, juasjuasjuas), o de prácticas sexuales desviadas, temas los tres en los que el español está a por uvas.
Pero no el [guéi] que se dice normalmente, sino la versión académica. Un [gái] que, no lo puedo evitar, me suena a cabrero. Claro, en Barcelona, con eso del bilingüismo, tienen dudas, y hacen lo que nadie hace en Madrid: mirar el diccionario. ¿"Gai" es? Pues "gai" se queda. Aunque suene a hostias y nadie lo diga en el mundo real.
Porque suena a hostias y nadie lo dice en el mundo real, y sin embargo está admitida por la Real Academia, igual que otros abortos de viejo como güisqui, cederrón o sándwich (sí, con acento). Productos todos de una actitud que, aplicada a la ingeniería genética, corregiría los genes de un negro para que sus hijos no desentonasen en una aldea de caucásicos. Como si la excepción fuese algo perjudicial, y el españolito no fuera capaz de diferenciar excepcionalmente la ortografía de la pronunciación. Algo que hacemos todos los días sin ningún aspaviento, y que, estandarizado, flexibilizaría el lenguaje y lo vacunaría contra esperpentos etimológicos como homofobia (aceptada ya) o "metrosexual" (caerá en nada, ya verás).
Entiendo lo del güisqui: no le vas a pedir a un carajillero de Monforte de Lemos que se invente un nombre para el aguardiente de los guiris, y mal pronunciado, mal queda. Pero coño, el cederrón es seguramente la palabra más fea del castellano. No sé tú, pero yo siempre oí “compacto” cuando estos cacharritos entraban en el idioma, y la verdad es que no sonaba mal. Y ahora, el “cedé” es demasiado socorrido como para estirarlo, que no hace ninguna falta. Sin embargo, los abueletes escogieron el feto más feto de todos, y hasta cambiaron una consonante por el camino, para crear un frankenstein que sólo usan en el grupo Correo (?).
Sándwich es la otra. Como si no hubiésemos comido bocatas toda la vida. O bocadillos, o incluso los emparedados del oso Yogui. Le ponen ese acento nefasto para castellanizarla, a pesar de que en nuestro idioma esa de no se pronuncia y la uve doble no se usa, y si se usa es con sonido de uve: si fuesen coherentes, sería algo como “sánuich”. Sin embargo, la Academia acepta footing, así, tal cual, que es un anglicismo fantasma y, encima, de segunda mano. Footing sí, football no. ¿Por qué? A quién le importa.
El trabajo de los académicos debería ser poner freno a las chorradas que se dicen en los medios de comunicación, para que no contaminen al resto de nosotros y vayamos por la vida cagándola en nuestro hablar. Al menos es lo que parece más sensato, ya que no se puede poner una multa por cada patada al diccionario. Sin embargo, la Academia se dedica, como hemos visto, a buscar la manera más absurda de incorporar anglicismos al español. Otra cosa que hacen es bajarse los pantalones y admitir en el diccionario expresiones que llevan 30 años diciendo que son incorrectas. Bandera blanca, nos rendimos. Aceptamos "barco" como animal acuático.
Así, se dan casos cachondísimos en los que una palabra oficialmente reconocida significa a un tiempo dos cosas contrarias. Por ejemplo, el verbo enervar. En latín, enervare viene de ex- (fuera) y nervus (fuerza, vitalidad). Por tanto, significa “quitarle a uno las fuerzas”, como erradicar es “quitar la (o de) raíz”, eviscerar “quitar las vísceras”, etc. Pero, en algún punto del siglo pasado, a alguien le sonó a nervios, y concluyó que enervar a alguien es "ponerlo nervioso", "sacar a uno de sus casillas". Y la Academia, en vez de corregirlo o al menos negarse a pasar por el aro, lo admite con resignación. Resultado: si digo que Vangelis me enerva nunca sabrás si me relaja mucho o todo lo contrario.
Otra cagada similar y divertida: lívido. Casi siempre que la oímos se refiere a la palidez de alguien, por susto o enfermedad. “Se quedó lívido”. Admitida está, y conviviendo con su significado “real”, o por lo menos el que lleva en la sangre. Del latín livitum, significa “morado”. Total, que estar lívido significa haberse puesto a la vez de dos colores distintos. Como si hubiese una palabra que significase tanto “rojo” como “amarillo”. Diríamos que la bandera española es rojiroja o que tiene dos colores: amarillo y amarillo.
La Academia es la carpintería del lenguaje. El problema es que para ser un carpintero eficaz no sólo hay que tener herramientas, sino fuerza para levantarlas. No veo yo que unos abueletes enterrados en diccionarios tengan el ímpetu necesario para inducir a los medios a que no suelten gilipolleces como las que oímos todos los días: “la práctica totalidad”, “una inmensa mayoría”, “ser presuntamente asesinado”, y otras mil. Han tardado veinte años en entender lo que es un “cedé” (entre comillas, por ilegal), o al menos así ha sido a efectos del idioma. Tardarán otros veinte en descubrir cualquiera de los veintemil vocablos que usamos tú y yo todos los días, hablando de ordenadores, de cine (hacer un travelín, juasjuasjuas), o de prácticas sexuales desviadas, temas los tres en los que el español está a por uvas.
4 comentarios:
Traslado aquí una gran frase que he leído a raíz del mundial:
ESPAÑA ES MÁS LÚSER QUE SETE GIBERNAU DIGIEVOLUCIONAO.
Lo mejor de todo es que en las cadenas de televisión ponen a los becarios a redactar las noticias y les echan la bronca si no "se ajustan al nivel de la cadena", cosa que es de risa cuando los estudiantes de comunicación sólo tienen una asignatura de Lengua, y es en 1º, y los de las cadenas no miran una gramática española ni aún así les maten.
Normal que luego se hagan la picha un lío y no sepan si eres guéi o gái, si estás dentro de la inmensa mayoría o de la minúscula, o si tal verbo va con esta preposición o con tal otra.
¿Y qué te parece INFLUENCIADO?
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